En la bestia ser de Susana Villalba, asistimos a monólogos entre un perro, un árbol y una piedra, compuestos por poemas de largo aliento y de versos concentrados, que fulgura en su singular intensidad. El poema, distanciado de lo humano como medida del mundo, nos toca mediante las voces de lo animal, lo vegetal y lo mineral, que traman una constelación colmada de preguntas y pensamientos en torno a lo que no tiene voz y que, incluso a pesar de lo humano, sobrevive y late. “Hay un lenguaje de las piedras/ áspero de ideas/enteras/ y redondas// más que el silencio/ un idioma/ que no se pronuncia”, escribe Villalba. Hay un lenguaje también de los perros y de los árboles y, entre esos tres lenguajes, lo humano en la lectura es conmovido al tomar consciencia de ese mundo que habita, que cree hecho para sí mismo y que, sin embargo, no deja de desbordarlo en la inmensidad de su secreto.