Una carta de amor a las madres y a las abuelas, un homenaje a todas aquellas mujeres que pelean por vivir a su manera Elvira, la abuela de Swiv, lleva toda la vida luchando. Criada en una estricta comunidad religiosa, tuvo que luchar contra aquellos que querian arrebatarle su independencia y sus ganas de salir adelante. Ahora, en la recta final de su vida, debe luchar contra el paso del tiempo, los achaques y las adversidades que afectan a su familia. Su hija, una actriz malhablada y con un humor cambiante, afronta el tercer trimestre de su embarazo al tiempo que trata de lidiar con un pasado y un presente amargos. Swiv, su nieta, es una niña de nueve años con un mundo interior fascinante, pero que acaba de ser expulsada del colegio por meterse en peleas. En la escuela improvisada que montan en casa, Elvira se propone enseñarle a su nieta que existen distintas formas de pelear, pero que lo mas importante es que nunca deje que se apague el fuego que arde en su interior. Escrita como una carta de amor a las madres, y especialmente a las abuelas, No dejar que se apague el fuego es una novela llena de ternura, honestidad y buen humor. Con el talento al que nos tiene acostumbrados, Miriam Toews consigue inocularnos su particular vision de la vida y las desdichas, y nos hace enamorarnos de tres mujeres valientes, tres luchadoras incansables pertenecientes a tres generaciones distintas. En esta historia confluyen lo tragico y lo comico, la lucha y los cuidados, los traumas y los partidos de beisbol, la precariedad y la escatologia; en definitiva, confluyen todos los elementos que componen la vida de una familia comun, que sin embargo no renuncia a su magnifica singularidad. Toews siempre logra ver la luz a traves de la oscuridad, y con elegancia, humor y ternura cuenta como convivir con ella y hacerlo con plenitud. Uno de los mejores libros del año. Literary Hub Miriam Toews es divertidisima y de una honestidad implacable. Es una artista del escape: siempre encuentra la manera de que sus personajes, atrapados por las circunstancias, se liberen . The New Yorker