Estamos en un punto de inflexión. Cambios sociales y tecnológicos están haciéndonos cuestionar prácticamente todo. La empresa no es la excepción y también está en el banquillo cuando una sociedad insatisfecha cuestiona su función. Así, buscando competir en un mercado dinámico y dar respuesta a las demandas sociales, la empresa de a poco se va transformando en el nuevo vehículo político. La clásica concepción de la empresa como «privada» ya no va más. Presiones internas y externas la llevan crecientemente a ser una organización más pública. Los clientes cada día «votan» con su consumo el mundo que quieren, los empleados buscan propósito en su trabajo y los inversionistas esperan impacto además de retorno.