No es un buen momento para el protagonista de esta novela. Hace un buen tiempo que no lo llaman para que actúe en alguna obra de teatro, por lo que ha debido conformarse con los esporádicos guiones que debe leer para la radio. Con Carola, su pareja, las cosas no van mucho mejor. Y no es que ella espere tener a su lado a un actor de éxito, simplemente le gustaría alguien menos indiferente, más curioso y vital, alguien cuya ropa interior no le estuviera diciendo, tácitamente, cada noche, que se acuesta con un hombre desastrado.
El conflicto entre ambos no demora en desencadenarse, si bien el narrador se toma las cosas con impávida serenidad. “La corriente de lo real –dice– me pasaba cada vez más por al lado, como aire viejo”. Por eso recorre su barrio, compra un poco de fruta, toma un café, conversa con algún conocido, escucha música, contempla a la gente pasar y, en esas vueltas, empieza a aflorar esa ironía suave que atempera los dramas cotidianos y que ya es un sello de los personajes de Genazino. En Salvo nosotros, nadie habla de nosotros, la atención a los detalles más banales genera reflexiones asombrosas sobre la sexualidad, el acostumbramiento, las vacilaciones, el amor, los recuerdos, la dispersión... y todo aquello que constituye la vida.