«Sin una sola chispa de comprensión había un aroma», escribe Kurt Folch. En Enolebrum (anagrama de Melbourne), nos enfrentamos a la opacidad resplandeciente del lenguaje, a ese momento en que el poema se vuelve una habitación a oscuras y quizá buscamos el interruptor desesperadamente pero de pronto un aroma nos consuela o nos captura. El aroma a tierra suelta, manipulada, separada, primero seca y luego húmeda, la tierra de la cual están compuestas las palabras, la zona horadada por quien cava en el lenguaje y que intuye que el acceso al poema no se alcanza mediante la comprensión: «Adentro un taladro desmenuza el pensamiento». Se suspende la narrativa y lo temático, que a veces ante lo ilegible intentamos reconstruir; se despliega un lenguaje flotante, material particulado que se resiste a cualquier gesto discursivo. Y sin épica: simplemente alguien cava en las profundidades del campo oscuro de la lengua. «Nada de eso sucedió. Perfecto, nos vemos algún día».