Estos cuadernos los encontré por azar entre los escombros de una gran casa de campo que se derrumbó el veintisiete de febrero de dos mil diez, en el último terremoto que asoló a Chile. Al principio creí que se trataba de un monólogo, luego descubrí otras voces en el escrito y, en la medida que me permitía la difícil, endiablada y muchas veces incomprensible caligrafía, fui llegando a la conclusión de que, si bien los cuadernos estaban escritos por una sola persona, esta había transcrito, como suyas, las voces y murmullos de otros personajes con los cuales había compartido su vida (vidas, en realidad).