¿Cómo expresarnos de forma correcta, amena y comprensible sin discriminar a la mitad de la población? ¿Es nuestro lenguaje sexista? ¿Y las autoridades encargadas de darle esplendor? “Los niños que terminen pueden ir al recreo”, dice la maestra. Julia se queda sentada en su pupitre, esperando su turno. “Fulanita, he dicho que podéis ir al recreo” y, como Julia permanece inmóvil, al final le explica que con “niños” se refiere también a las niñas. Horas más tarde, el profesor de gimnasia dice: “Los niños que quieran formar parte del equipo de fútbol que levanten la mano”. Julia alza la mano, decidida, a lo que el profesor, incómodo, reacciona: “He dicho los niños”. Julia, estupefacta, no entiende nada. “¿Pero no había dicho ‘los niños’?”. Y así, las mujeres, desde pequeñas, tienen que aprender a deducir cuándo están incluidas y cuándo no. Aunque la anécdota puede parecer divertida, en realidad no lo es. Desde antes de nacer se educa de modo distinto a unas y otros, se nombran de modo diferente, se naturaliza la diferencia cultural como resultado artificial de las diferencias biológicas. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de lenguaje inclusivo? ¿Es lo mismo que lenguaje “políticamente correcto” o no tiene nada que ver? ¿Cómo comunicarnos sin dejar fuera del discurso a la mitad de la población? ¿Cómo expresarnos de forma correcta, amena y comprensible sin discriminar a nadie? ¿Es nuestro lenguaje sexista? ¿Y las autoridades encargadas de darle esplendor? En este libro no encontrarás propuestas extremas ni definitivas, pero sí muchas herramientas para comenzar a utilizar el lenguaje inclusivo de forma sencilla, con multitud de ejemplos y mucho humor. Porque la solución está en la punta de la lengua.