En los meses y años siguientes al golpe de Estado de 1973, medio centenar de niñas y niños chilenos, hijos de militantes comunistas o socialistas asesinados, encarcelados o exiliados, llegaron a vivir a la Unión Soviética. Allí comenzaron una nueva vida, que incluyó estudiar y residir nueve meses al año en la Escuela Internacional Elena Stásova, el Interdom, donde se educaban los hijos de los revolucionarios del mundo que habían sido perseguidos. Desde la década de 1930, por allí habían pasado niños centroeuropeos de familias acechadas por Hitler, de republicanos españoles, africanos, latinoamericanos y los hijos de Mao Zedong; y a mediados de los años 70 los chilenos se convirtieron en una numerosa colonia. Forjaron amistades inseparables, recibieron una buena educación y compartieron con jóvenes de todos los continentes, pero también conocieron la pesadumbre de las noches solitarias en que extrañaban a sus familias. Décadas más tarde, criados como soviéticos y convertidos en profesionales, algunos de ellos regresarían a Chile y otros se alejarían para siempre. Aquí recuerdan cómo el exilio y el internado cambiaron sus vidas.