Este libro ha llamado la atención por lo osado de su tema: una madre y un hijo mantienen un vínculo perverso y obsesivo. La madre es quien narra, el hijo aparece en el paisaje de la madre como su obsesión. Los límites que ambos transgreden no son solo morales, también son materiales: una pared de yeso es lo que coloca algo de intimidad en una casa que se cae a pedazos, donde las puertas y ventanas permiten que el mundo les atraviese constantemente. Sin embargo, la riqueza de esta novela va más allá del tema y del fondo, porque el oficio literario de Harwicz posee una fuerza que podríamos llamar -con toda propiedad- un nuevo tipo de literatura calidoscópica: las imágenes están dispuestas casi al azar, en una voz que arrasa al lector todo el tiempo; un relato lleno de fugas visuales que aportan notas al tono de la melodía total. Para leer a Ariana Harwicz hay que dejarse llevar, con los ojos cerrados y la mente bien abierta a una prosa torrencial y poética