Inspirado por el ambiente bohemio de la ciudad, en uno de sus primeros cuentos Salvador Reyes describía en 1926 un café del Barrio Puerto en el que se podían oír los acordes de un jazz interpretado por un piano, un violín, un acordeón y un banyo, este último tocado por un negro cubano, “descoyuntado al ritmo de su música”. Dos años antes, también en Valparaíso, un joven violinista llamado Pablo Garrido fundaba la primera orquesta de jazz en Chile, dando el puntapié inicial a una larga historia de encuentros y desencuentros. Decenas de restaurantes y cafés del puerto llenaban las páginas de la prensa con sus anuncios, donde llamaban a los porteños a disfrutar de las jazz-bands que a diario tocaban en sus locales. Entre las óperas, valses y tangos de los repertorios orquestales, comenzaban a infiltrarse foxtrots y shimmies. Los pasos de one-step y two-step se popularizaron entre la juventud de la época, y uno que otro profesor de bailes norteamericanos se instalaba en el Barrio Almendral y en Viña del Mar. En menos de diez años, de ser un estilo criticado por la elite norteamericana, tocado en cantinas y callejuelas del puerto de Nueva Orleans, la idea de tocar, bailar y escuchar jazz recalaba en costas chilenas a través de un golpeado Valparaíso.