«Tuvya Bruk fue mi abuelo. Vera es mi abuela. Rafael, Rafi, Erre, es, como se sabe, mi padre, y Nina... Nina no está aquí. No está, Nina. Pero esa fue siempre su exclusivísima aportación a la familia», anota Guili, la narradora de La vida juega conmigo, en su cuaderno.
Pero con motivo de la fiesta del noventa cumpleaños de Vera, Nina regresa: ha tomado tres aviones que la han llevado desde el Ártico hasta el kibutz para encontrarse con su madre, su hija Guili y la veneración intacta de Rafi, el hombre a quien, muy a su pesar, todavía le tiemblan las piernas en su presencia.
En esta ocasión, Nina no va a huir: quiere que su madre le cuente al fin qué sucedió en Yugoslavia durante la «primera parte» de su vida. Entonces Vera era una joven judía croata perdidamente enamorada del hijo de unos campesinos serbios sin tierras, Milosh, encarcelado bajo la acusación de ser un espía estalinista. ¿Por qué Vera fue deportada al campo de reeducación en la isla de Goli Otok y ella tuvo que quedarse sola cuando tenía seis años?