Los protagonistas de Roberto Fuentes parecen no sólo beber de nuestra historia
común, sino que además habitan en lo más profundo de nuestro inconsciente
colectivo. Están hechos de una materia resbaladiza: son reconocibles y ajenos,
extraños y reales a la vez. Universitarias nihilistas que alimentan perros, padres
solteros que se enfrentan con horror a la crianza de los hijos y empleadas domésticas
quitaditas de bulla que organizan fiestas depravadas. Hay mujeres que confiesan sus
más oscuros secretos a personas que apenas conocen, niños que viajan en micro
mientras sus padres agonizan, hombres adultos que pelean al borde de una parrilla.
Hay paseos de domingo que terminan en sollozos y amores imposibles que escriben
cartas en otro idioma. Se trata de seres taciturnos y fracturados, habitantes de un
Santiago anterior, pero que perfectamente podría ser el del presente.