Con un uso notable del verso encabalgado, brevísimo y sin puntuación, la música de Diario de ida acumula imágenes, olores y texturas que quedan flotando en el aire de la pieza donde la escuchamos, como si estuviéramos conversando entre susurros con alguien que se ha arrepentido de su partida y nos recuerda la belleza de las palabras y los paisajes que pasamos por alto. Esta escritura añorante es también un tratado a favor de la naturaleza o en contra de la novedad, y la cruzan una agudeza y unos titubeos nada habituales. Con la precisión y la continuidad conceptual que caracterizan a varias poetas de su generación, pero más subjetiva y legible, Camila Roth vierte la fe y los deseos en una sintaxis inesperada que la conduce de vuelta al sur.