Ámsterdam, 2011. Las secuelas del colapso económico de 2008 campan por España y los jóvenes están sumidos en nuevas formas de precariedad. Muchos se largan a otros países en busca de los sueños prometidos por el ideal europeo. Entre ellos, el protagonista de esta novela, un traductor a punto de cumplir los treinta. Sentado en el salón de su casa alquilada en el centro de Ámsterdam, sigue por la tele el funeral de un dictador norcoreano y encadena un capítulo tras otro de Los Soprano. Lleva varios años vagando por distintos países europeos, sacándose másters y formando parte del eterno lumpenprofesorado. Gana poco, apenas habla neerlandés y está sobrecalificado. Vive retraído, se aferra a su trabajo, da paseos por la ciudad. No es capaz de imaginar ningún futuro y ha perdido la noción de pertenencia, de intimidad, de lo que podría significar un hogar.
Un día recibe una visita inesperada que desencadenará un cambio crucial en su vida. La enigmática figura de Tajana –hija de refugiados croatas que huyeron de las guerras balcánicas para instalarse en Ámsterdam– representrá para él una nueva contraseña sentimental. Y, asimismo, personificará el fantasma de la pesadilla étnica de las Guerras Yugoslavas, ese turbador emblema de los conflictos que amenazan continuamente el proyecto europeo.