Desde niño, Rao Pingru tenía talento para la pintura. Nunca asistió a clases, pero le gustaba dibujar figuras e ideogramas en un mundo sujeto al imperio de los signos: la escritura, la caligrafía y la ilustración con tinta y acuarela. Cuando el 19 de marzo de 2008, tras sesenta años de vida en común, su esposa fallece a causa de una enfermedad, la única forma que encuentra Pingru de apaciguar el dolor lacerante es dejar a sus nietos constancia de sus recuerdos por escrito y en forma de dibujos. Cuatro años después, esa veintena de cuadernos dieron cuerpo a este libro extraordinario. Se llamaba Meitang y fue para él como un ancla en un mundo embravecido. Se conocieron muy jóvenes, el amor floreció lentamente y estaban destinados a formar una pareja normal, como tantas otras. Sin embargo, el turbulento siglo XX les reservaba un camino lleno de escollos. Primero, defender a su país ante la invasión japonesa; luego, tras la boda, luchar contra los comunistas insurrectos liderados por Mao Zedong; y más tarde, tras la derrota y el ingreso en un campo de reeducación, vivir separados durante más de veinte años, hasta que el cambio de régimen abrió la puerta al ansiado reencuentro. A pesar del dramatismo de la historia, Rao Pingru se resiste a caer en la amargura y a dejarse arrastrar por el rencor. De alguna forma, ha logrado preservar la mirada inocente, abierta y limpia del niño que nos encontramos al inicio de estas páginas, y que, al final de la lectura, nos transmite con diáfana honestidad su inmenso amor por la vida.