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La memoria construida y el patrimonio

La memoria construida y el patrimonio

Miércoles 10 de septiembre de 2025


La historia innegablemente se relaciona con la memoria, con esos vestigios que de una u otra forma contienen una parte de la humanidad, vestigios que son objetos o bienes culturales, que cuando poseen una valoración por parte de un colectivo, permiten hablar de patrimonio, un concepto que actualmente forma parte del léxico de todos, y que, según la UNESCO, se considera como el legado que heredamos del pasado, con el que vivimos hoy en día y que transmitiremos a las generaciones futuras.

Por lo tanto, aquello que identificamos como patrimonio, debe existir en nuestro presente y ser resguardado para continuar como huella de aquello que ya ocurrió. Esta idea hace relacionar el patrimonio con iniciativas que lo visibilizan como el Día de los Patrimonios u otras que los resguardan, como museos o proyectos de restauración, iniciativas que muchas veces generan la sensación de estar enfocadas en expresiones ligadas al patrimonio construido, más que en expresiones intangibles como algunos bailes, música, u oficios, que también son protegidos, pero en el inconsciente colectivo son menos visibilizados. A raíz de esto surge la interrogante de por qué el patrimonio se relaciona en un primer pensamiento con los edificios, con lo construido, con el lugar.

El filósofo francés Paul Ricouer en su libro La memoria, la historia y el olvido, cuestiona la construcción de la memoria, y esto lo lleva a reflexionar en relación con el rol del lugar, aproximación que nos podría vislumbrar una respuesta: «La transición de la memoria corporal a la memoria de los lugares está garantizada por actos tan importantes como orientarse, desplazarse, y, más que ningún otro, vivir en... Es en la superficie de la tierra habitable donde precisamente nos acordamos de haber viajado y visitado parajes memorables. De este modo, las «cosas» recordadas están intrínsecamente asociadas a lugares. Y no es por descuido por lo que decimos de lo que aconteció que tuvo lugar.»

Los edificios son objetos que el ser humano puede ver de manera constante por su escala, recorrer y vivir en su cotidianidad, algo distinto a lo que ocurre por ejemplo con el patrimonio oral, que para ser recordado debe depender de un traspaso, que para algunos resulta ocasional no siendo suficiente para sobrevivir en nuestro recuerdo. Lo que puede ser complementado por la visión del crítico de arte John Ruskin, que en 1849 en su libro Las siete lámparas de la arquitectura mencionó «Sólo la Poesía y la Arquitectura poseen la fuerza para vencer el olvido de los hombres; y en cierto modo la segunda incluye a la primera, siendo también más poderosa por su realidad: pues no sólo contiene lo que los hombres han pensado y sentido, sino también lo que sus manos han tocado, su fuerza ha obrado y sus ojos han visto a lo largo de sus vidas»

A esta altura, parece innegable que el patrimonio construido tiene una ventaja en la permanencia de la memoria colectiva, invitando a descubrirlo en múltiples fragmentos de la ciudad, a apoderarse con los pies y los ojos de aquello que rodea el día a día del hombre, pero también es una punta de lanza, una invitación a empaparse más allá de lo evidente, a descubrir libros, obras de artes, artesanías, oficios y otras decenas de expresiones fundamentales para comprender un capítulo de la historia que es relevante al formar parte de uno, dando valor tanto al ámbito personal por aquello que forma parte de nuestras historias familiares, como aquello que nos vincula con la sociedad que conformamos.


Natalia Olmos

Librera Librabooks


Fotografía portada: Palacio de tribunales, Santiago Centro, Natalia Olmos

Fotografía poema: «Fin del Verano» Chika Sagawa, Editorial Abducción.