"La vista de Buenos Aires, desde su rada y el desembarcadero, no ofrece nada de placentero. Una larga hilera de edificios bajos e irregulares, detrás de la cual no podéis ver la continuación de la ciudad, le daría el aspecto de una población pesquera, si no fuera por dos o tres torres de iglesias, que se elevan sobre aquéllos. A lo largo de esa hilera yace el paseo público y algunos árboles muy pequeños y feos. Allí el río es poco profundo, su agua turbia y la orilla opuesta, que es baja y está a treinta millas de distancia, no se alcanza a distinguir. Se emplean carros reformados para la carga y, descarga de los barcos, tanto en pasajeros como en mercaderías, y se ven innumerables lavanderas, que lavan la ropa sobre piedras sucias, en medio de los desperdicios de la ciudad. Y, sin embargo, con poco gasto y desplegando cierto buen gusto, el aspecto de esta gran ciudad se puede hacer sorprendentemente bella a lo largo de la ribera del río. [...] Transcurrió un largo período antes de que Buenos Aires llegara a ser ciudad de alguna importancia. La salubridad de su clima, la introducción y aumento de ganado europeo y la apertura de las comunicaciones y el comercio primero con el interior y luego con las colonias occidentales del Perú y Chile, hizo de ella una ciudad grande, populosa y rica; ya se encontró que resultaba un medio de transporte más seguro para el producto de las ricas minas de los Andes, que la navegación a través del Estrecho de Magallanes."