Hasta los inicios del siglo XVIII la madera fue el material hegemónico en la configuƯración del espacio sacro hispanoamericano. Las esculturas policromadas y los retablos dorados dieron un carácter particular a las iglesias y capillas que se levantaron desde California hasta la Patagonia. Chile no fue una excepción en este sentido, como lo demuestra el patrimonio colonial que aún se conserva, así como la documentación del período. Este contexto comenzó a cambiar de forma paulatina con la consolidación del prestigio del mármol,